Fadrique Furió Ceriol
Dentro de un mes empezará el segundo semestre del curso en la Universidad de Valencia. Reanudaremos, en el Grado de Historia, Poder y Sociedad en el Mundo Moderno, y en el Máster Historia e Identidades en el Mediterráneo Occidental, Sistemas de Poder y Pensamiento Político. Aunque no son continuación automática una asignatura de la otra (los alumnos que cursan la segunda no tienen por qué haber cursado la primera, si bien muchos de ellos sí lo han hecho, o alguna parecida en otras universidades), me gusta verlas de manera unitaria, como una forma de profundizar, cada una en su nivel y por etapas independientes (no son lo mismo el Grado y el Máster), en la historia política, social y de las ideas, y de ganar, progresivamente, capacidad crítica y de reflexión. No es un objetivo vano. Hace casi cuatrocientos cincuenta años, uno de los más grandes pensadores políticos del siglo XVI, Fadrique Furió Ceriol, escribió con ingenio que «no es la historia para passatiempo, sino para ganar tiempo», al tiempo que recomendaba encarecidamente que el consejero del príncipe fuese «grande historiador», ya que, seguía diciendo, «para ordenar una república, governar un principado, tratar una guerra, sostener un estado, acrescentar el poder, procurar el bien, huir el mal, ¿qué cosa mejor que la historia?». Y añadía no sin tristeza: «Esto entienden pocos, i assí vemos que pocos saben governar» (El Concejo y consejeros del príncipe, Amberes, 1559, cap. 2 [cito por la ed. de Diego Sevilla, Valencia, 1952, pp. 125 y 127]).
Ni la íntima conexión entre la historia y la política, ni la ignorancia (o la manipulación) de la historia por los políticos han cambiado desde el siglo XVI. Y aun así, el mundo no ha ido necesariamente a peor: hay razones para el optismo, como algunos sostienen últimamente. Pero justamente estudiar la historia «con mui grande atención i (…) sotilmente», como recomendaba Furió, nos previene de las simplezas del triunfalismo: sin ir más lejos, atribuir, como hacen alguno de los aludidos, al capitalismo los mayores bienestar e igualdad de nuestro tiempo con respecto a tiempos pasados, olvida por completo lo que se debe, por ejemplo, al movimiento obrero, a la socialdemocracia o al feminismo.
¿Y en qué consisten esa gran atención y esa sutileza? Pese a las nuevas pedagogías, sigo teniendo claro que para formarse como historiador (una tarea siempre inacabada) no sólo hace falta «saber hacer cosas», sino que es imprescindible saber cosas, o sea, saber qué pasó (o, mejor, qué es lo que, con rigor, los historiadores, entienden que pasó). Y para eso es necesario ejercitar la memoria, retener datos (fechas, nombres…, esas cosas tan denostadas) y llenar con ellos la mente. Y, por descontado, también con ideas, conceptos, y, sobre todo, criterios para pensar todo ello y, mediante nuestra reflexión, generar nuestro propio conocimiento.
Éste es un trabajo eminentemente individual, que se basa en la lectura y el estudio, en el esfuerzo de cada cual. Pero, como en casi todas las facetas de la vida, no estamos solos: intercambiar ideas y reflexiones, dialogar y estar dispuesto a defender un punto de vista, y a modificarlo a la vista de argumentos convincentes, también crean conocimiento; nos ayudan a pensar mejor, a escuchar mejor, a expresarnos mejor. En la clase, en el foro de la asignatura, en el bar, o donde sea, hablar sobre historia nos ayuda a formarnos, y a hacerlo con ayuda de los otros.
Hace unos meses tuve ocasión de decir algo parecido en el acto de Graduación de los alumnos de Historia: sobre la historia como empresa compartida de enseñanza, aprendizaje y vida (abajo dejo lo que leí). Si seguimos sintiendo pasión por la historia, estudiar historia, hablar de historia, compartir historia, seguirá siendo un placer. Por muchos años.
Graduación-R