Me plantea Cristian (amigo del blog y de buena parte de sus lectores), que, ante el desprestigio de los políticos, quién está capacitado para decirnos si son buenos para su función, o dicho de otro modo, qué criterios servirían para evaluar a los políticos, y quién nos los podría proporcionar. La cosa tiene enjundia, pues, ante tantos escándalos, nuestra capacidad de sorpresa está desbordada, y, como consecuencia, apenas reaccionamos, ni para opinar, más allá de la indignación, ni para exigir responsabilidades. Corruptos casi confesos o condenados se aferran a sus cargos y la exigencia rutinaria que algunos puedan hacer de dimisiones suena hueca, por lo inútil. Es más, nos hemos acostumbrado a oír que ciertos comportamientos podrán ser inmorales, pero son legales, lo que parece justificar lo injustificable. En estas circunstancias, nos faltan criterios aceptados por todos, que sirvan para separar a los buenos de los malos. Cristian me recordaba en su mensaje los espejos de príncipe, incluso al omnipresente Maquiavelo. Pero no voy a responder, sino a pediros respuestas, y que abramos un debate: ¿hace falta un moderno espejo de príncipes, un espejo de políticos? ¿Necesitamos criterios nuevos para juzgar la vida política, o basta con los viejos? ¿Es necesario revestir de moralidad la vida política, o sólo importa la eficacia? ¿Y cuando no hay ni moral ni eficacia?
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