Una historia verdaderamente moderna

 

Clio, por Pierre Mignard

Clio, por Pierre Mignard

Es difícil saber cuál es la verdadera identidad de la historia, después de un siglo de relación no siempre igual con las ciencias sociales y de sucesivos desprestigios y renaceres de sus temas estrella (en los últimos cuarenta años lo político y lo individual han pasado del ostracismo al protagonismo, mientras la historia estructural ha seguido un camino inverso). Es más, hoy por hoy no existe sólo un rumbo para el quehacer del historiador, sino muchos. Esto, que en sí mismo está muy bien, ocasiona cierta perplejidad al comprobar lo lejos que unos enfoques están de otros. Y, sin embargo, hay mucho en común en los variados intereses de los historiadores: entre otras cosas, la atracción por el sujeto, individual o colectivo, por su condición, por su identidad y por su experiencia; la fascinación por las fronteras, ya sean geográficas, culturales, sociales, íntimas o bélicas; el gusto por el contraste entre las realidades pensadas y las vividas, por la confrontación entre teoría y práctica, de lo político, económico, intelectual etc. Vistas así las cosas, ¿dónde ubicar el lugar común de la historia?

Dado que en el sujeto coinciden todas las aristas de la realidad, la exigencia de una «historia total» debería estar más viva que nunca. Pero precisamente ese ideal llevó a superponer «niveles» que acabaron desmigajando la historia. Restituir una historia completa pasaría por reintegrar enfoques. ¿Por qué no, entonces, recuperar la tan encomiada como poco cultivada historia comparada? Para que la historia comparada responda a nuestras inquietudes y pueda convertirse no sólo en ejercicio académico de adición de resultados, sino en herramienta de trabajo, tendría que comparar en varios sentidos. Primero, en lo geográfico. No podemos explicar lo local o lo territorial sin tener en cuenta tanto lo global como lo que ocurre en otras localidades o territorios; abandonar el localismo pasa por atreverse a descubrir que las experiencias humanas tal vez no sean comunes, pero se explican mucho mejor cuando se tienen en cuenta las de amplios espacios geográficos. En segundo lugar, en lo cronológico: aunque el cotidiano trabajo de investigación, por motivos obvios, haya de ceñirse a periodos más o menos cortos, vale la pena llevar nuestra a atención a periodos más largos, no en busca de «antecedentes y consecuencias», sino por curiosidad y rigor, por el placer de recorrer la historia y por la necesidad de conocer coyunturas similares; por las mismas razones, estudiar un fenómeno a través de diversas edades resulta una empresa llena de posibilidades. Y, en tercer lugar, temáticamente. Una de las claves de pequeñas y grandes revoluciones científicas ha sido la aplicación a una disciplina los métodos de otra. Mirar la historia política con los ojos de la historia económica o cultural, y viceversa, es extraordinariamente revelador. No se trata sólo de obtener un panorama más completo, sino de plantear problemas nuevos que, de otra forma, no saldrían a la luz.

No creo que haya que suprimir las especialidades o áreas de conocimiento cronológicas o temáticas. Al contrario: cada una tiene su respectiva perspectiva, su originalidad en la manera de leer y trabajar las fuentes, de entender el pasado; y su particular saber hacer, fruto de una formación y de una práctica determinadas, a las que no tiene por qué aspirar el vecino. En el caso que me es familiar, el de la Historia Moderna, alguna de esas exigencias son ineludibles. Conocer la Antigüedad y la Edad Media, cuyas herencias recogen y sintetizan los Tiempos Modernos, es imprescindible. Interesarse por la historia del derecho (incluyendo el derecho romano), de la teología y de las iglesias, de la ciencia, etc., resulta más que útil para entender las relaciones económicas, sociales, políticas de aquellos siglos, y para ver cómo esas relaciones se vinculan entre sí. Desde estas convicciones, pensar en la historia conduce a pensar en una historia comparada, inquieta y en perpetuo diálogo entre géneros y especialidades. Después de tanto tiempo mirando hacia fuera, la historia puede encontrar su identidad mirándose a sí misma.

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