Seguimos sin revolución

Seguimos preguntándonos por qué, con todo lo que vemos y nos pasa, no hay un “estallido social”. Pero la desgracia, la indignación, la pobreza incluso, no conducen a nada si no hay un camino, una meta, y una idea que perseguir. Lo acaba de decir Pérez Reverte en el programa de Jordi Évole, y, aunque no siempre estoy de acuerdo con él, esta vez sí, aunque sólo fuese porque lo escribí hace casi un año. Sin ideología no hay respuesta social ni política, no hay revolución, ni revuelta. Frente a las profundas convicciones espirituales y morales (políticas, por extensión) de la Edad Moderna, y a las grandes movilizaciones políticas y sociales de los siglos XIX y XX, el mayor logro de nuestro tiempo, de quienes controlan nuestros destinos, es la ausencia de ideología; el recorte más profundo a nuestra libertad es habernos privado de la capacidad de pensar, y, aunque no demos por buenas las patrañas que nos cuentan (“no hay más remedio”, “este gobierno hace lo que hay que hacer”, “es la única política posible”), nos cuesta imaginar alternativas. Hemos proscrito y desterrado de nuestra mente las utopías y sólo aspiramos a volver a ser como éramos, a tener lo que teníamos (coincido otra vez on Pérez Reverte). Pero lo peor es que lo que teníamos no era tan bueno, pues siempre dejaba a alguien al margen. Hoy son muchos más los que se quedan al margen, y seguimos sin darnos cuenta de que no es una cuestión de cantidad, de cifras, de balances. Mientras estemos dispuestos a que alguien se quede en la cuneta, no habremos aprendido nada, ni del presente ni del pasado.

Nos negamos a equiparar moral y política, porque la moral se ha convertido en algo privado. El diálogo resulta imposible entre quienes participan de distintas lógicas éticas. Lo acabamos de ver con la sentencia sobre la “doctrina Parot”: de un lado se está dispuesto a acatar una sentencia aunque se le achaque falta de justicia; y de otro se defiende el ordenamiento jurídico y el respeto a la jurisdicción de Estrasburgo, pero no se asume con valor el fundamento de la decisión. Y estamos hablando de principios constitucionales, a los que se les suponía un consenso. Mientras no nos pongamos de acuerdo acerca de nuestros valores fundamentales, y mientras esos valores no sean la base de leyes, de nuestros actos y de nuestro gobierno, nos faltará la cultura política necesaria para protestar, exigir y conseguir lo que queremos.

 

 

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